Hace 14 años, el 4 de noviembre de 2011, una operación militar cambió el rumbo de la historia reciente del país: la Operación Odiseo, que terminó con la mu3rt3 de Guillermo León Sáenz Vargas, alias Alfonso Cano, máximo comandante de las FARC.
A diferencia de otros exjefes guerrilleros que hoy ocupan curules en el Congreso tras el Acuerdo de Paz de 2016, Cano no llegó vivo a la mesa de negociación. La razón: una decisión de Estado ejecutada bajo el liderazgo del entonces ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón.
Según los registros oficiales, la operación combinó bombardeos e incursiones de fuerzas especiales en las montañas del Cauca, tras más de un año de inteligencia y seguimiento a la cúpula insurgente. En su momento, Pinzón declaró que “el Estado estaba dispuesto a hablar de paz, pero bajo presión militar máxima, no de rodillas ante la cúpula armada”.
Cinco años después, con la firma del Acuerdo Final, el nuevo partido de las FARC recibió 10 curules automáticas en el Congreso, pese a que el plebiscito nacional rechazó inicialmente el texto negociado. Varios excomandantes guerrilleros pasaron de dirigir estructuras armadas a ocupar escaños legislativos, en el marco del sistema de justicia transicional y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
Cano no fue uno de ellos.
No participó en las conversaciones de La Habana, no firmó el Acuerdo Final ni se sometió a la JEP. Su muerte, ocurrida en 2011, cerró la posibilidad de que también él terminara en el Capitolio con credencial política.
La Operación Odiseo, bajo la dirección política de Pinzón, marcó el último golpe estratégico antes del proceso de paz. Para algunos analistas, fue el punto de quiebre que evitó que toda la cúpula insurgente llegara viva a la mesa.
Catorce años después, su nombre sigue apareciendo como recordatorio de una realidad incómoda:
no hay curul donde hubo operación militar.









